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Me gusta pensar a la poesía como una función, una técnica. No como algo con una esencia inherente, más bien prácticas. No está atrapada en el papel impreso, el papel impreso no representa su única fuente de consumo, ni su única manera de funcionar, tampoco en la modulación de la boca humana. Una función que le encuentro: concentración máxima de sentido verbal no solo significado, sino significante, que disloca nuestro entendimiento cotidiano y nos desautomatiza de forma sensible. Dada esa función puedo trasladarla al medio de consumo que desee: una página web, una canción, o incluso, como propongo, a un grupo: Grupo Fin del Mundo y Tecnodiversidad ¿Es una página (web también), un disco, poemas diseñados y multiplicados en canciones, una o varias personas? No. Pero no porque no, sino no porque la pregunta podría formularse como ¿cómo funciona, opera, y dale para adelante con los sinónimos, el poema Grupo Fin del Mundo y Tecnodiversidad? Pues el poema en este caso está descorrido del ambiente plenamente textual que aparentemente concebimos como el único posible. El poema se expresa en un grupo (una banda, una serie de diseños, una serie de intervenciones, una página web, unos textos). Y en esa sinergia de todas las partes a todas las partes se halla el poema, una máquina compleja y quizás torpe. Una banda de cuerpo poético. La producción de un grupo mediante la función poética. Una monstruosidad de las técnicas mixtas y mucho material barato, prototípico: IA chatarras de la web, sintes económicos, usos precarios, desviados de la utilidad normal. La poesía opera como una técnica, una tecnología de representación y alteración de los vínculos representacionales, desautomatización y concentración de motivos sensibles.





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Matias Heer